Arturo, Rey de los bretones, continúa a lomos de su flamante corcel con sus andanzas, pero por el camino surge el insaciable Caballero Negro cerrándole el paso y al que tiene que enfrentase en un correoso duelo para poder continuar.
El Caballero Negro, que triunfa siempre, sólo recibe en el combate unos insignificantes arañazos y heridas superficiales, amenazando incluso a Arturo de que combatirá a mordiscos si hiciese falta con tal de no dejarle pasar.
El Rey
Arturo atemorizado por la entrega en el combate de este caballero pone
pies en polvorosa.
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